La Casa de la Calle Pimienta
- Ven – y ella lo mira rabiosa, con los ojos llorosos mientras se limpia las lágrimas que le corren por las mejillas. - Ven, anda, que sabes que te amo – Gerardo abre los brazos mientras el humo de su habano forma espirales que alivian el fétido aroma que ya ha empezado a correr por toda la casa. La Casa de la Calle Pimienta tiene, en vez de pintura, unos cascarones verdes llenos de años. Tiene también, al frente, una cerca de metal con puntas de flor de Lis que han perdido filo y forma, y un jardín pequeño lleno de arbustos y follajes de colas de zorro, teresitas y musgos silvestres que conviven a diario en el total abandono de la mano tierna de Cecilia, que a pesar de eso, siguen verdes. Esos follajes pequeños son los que me han dado las alegrías de los juegos nocturnos, aquellos donde uno se puede esconder fácilmente de los demás. A pesar de lo pequeño del jardín, hay también un encino rugoso cuyas ramas, largas y torcidas, logran tocarse con una ventanita que da a la p